Parece mentira, y cuesta creerlo, pero detrás de esa fiera del gol, de ese animal superprofesional, de ese cuerpo sometido al rigor de la máxima competencia, ahí detrás de todo eso, hay un pibe.
Con ese espíritu amateur intacto, el que lo mueve, y que tras la noche histórica del martes lo llevó a pedirle al árbitro la pelota del partido. Sin ninguna vergüenza y con la sonrisa pícara del nene que sabe que hizo una travesura.
El ganador del Balón de Oro 2009, entre otros muchos premios, fue por un balón que para él realmente era de oro.
Y ahí fue Messi, consiguió su trofeo y, mientras todo el Nou Camp deliraba a su alrededor, Lionel Messi se fue despacio al vestuario, picando la pelota con la mano, probablemente con el mismo gesto con el que dejaba la cancha tras los picados en Rosario, hace ya muchos años.
Pero al botín, ese trofeo que irá a parar directamente a la vitrina de casa, le faltaba algo más. Y por eso al día siguiente se encargó de que todos sus compañeros le firmaran el balón. Cosas de crack. Cosas de pibe.
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